¿Cómo podía yo imaginar que me iba a encontrar con semejante ambiente en Tokio? Aikidokas que siempre están dispuestos a echarte una mano para lo que sea, con cercanas miradas que inspiran confianza, y gestos que no hacen sino confirmar esas voluntades. Todos empujados por la ilusión de aprender, y disfrutando de la práctica, y lo que es muchísimo más: respetando, como dije anteriormente, en todo momento sin excepción la elección personal técnica de cada uno.
Podría ser que la clave de esa compenetración, ayuda, y compañerismo entre los aikidokas de Tokio puede ser que todos estemos viviendo la misma gran aventura: todos queremos vivir nuestro sueño al máximo, hacer de él algo único... porque quién sabe si se nos escapará como arena de playa entre los dedos, sin poder repetirlo en la vida. En el poco tiempo que estuve allí, viví con ellos gratísimas experiencias, además de disfrutar en cada keiko de un modo sanísimo, tan sacrificado como interesante y satisfactorio.
Recuerdo las charlas a la salida de Hombu, en medio de la calle, junto a las salvadoras máquinas de refrescos, hablando todos de montones de cosas. A veces, al lado, en el bar de Mizuno, desayunábamos después de los keiko de las 6:30 o las 8:00 de la mañana, aquellas tostadas cargadas de mantequilla, con "ice coffe late", huevo y bacon... y aquellas conversaciones sobre nuestro modo de ver y sentir el AIKIDO, sobre maestros, sobre nuestros paises... Todas ellas no hacían sino unirnos un poquito más día a día.
Siempre que he regresado de Tokio y he vuelto a estar "tranquilo" en Valencia, me han aguijoneado los mismos pensamientos: "Los demás siguen entrenandose allí a ese nivel... qué hago yo aquí perdiendo el tiempo!". A veces se infravalora el esfuerzo que están haciendo estos compañeros que practican y viven allí. (...) Creo que no es necesario que ahora escriba aquí montones de líneas y os mencione uno a uno. Vosotros sabéis bien quiénes sois, y yo sé bien porqué os tengo que estar tan agradecido.