Crónicas niponas
El Japón más bello


Aunque por poco tiempo, he tenido también la oportunidad de visitar Japón. (Tokio no es Japón y Japón no es Tokio.) La capital nipona es especialmente interesante, sí... pero ya le queda poco del encanto oriental naturalista, que muchos tenemos en mente. Este encanto lo he encontrado en Nagoya, Kyoto, y Nara.

Nagoya es una ciudad relativamente pequeña, de 2 millones de habitantes aproximadamente. Si bien el centro de la ciudad también es "crazy" como Tokio, las afueras, donde hemos estado, son tranquilas. Un lugar para disfrutar pacíficamente del contexto en el que te encuentras. Una buena parte de la población se dedica a trabajar en el campo, y eso hace que el paisaje cambie y que la gente sea de otra forma. Durante nuestras estancias en Nagoya siempre hemos sido tratados como reyes, lo cual puede que haya contribuido a mitificar este lugar, vale... pero es que nuestros anfitriones saben tratar a los invitados como nadie.

Viajamos a Kyoto y Nara. Los viaductos de las autopistas llegan hasta el mismo centro de las ciudades. Todo es tan interesante..! Japón debe tener una industria sidero-metalúrgica increible; para todas las construcciones utilizan muchísimo más hierro que en occidente. La mayoría de estructuras son metálicas, dejando el cemento armado casi a segundo plano. Podría ser esto también por la mayor flexibilidad del metal de cara a los terremotos...?

Kyoto parece una ciudad grande -no la hemos visto toda-. Se nota que vive del turismo por la multitud de tiendas en todas partes. La urbe moderna está algo separada de los lugares tradicionales que el viajero visita. Vamos a una pequeña aldea y a un templo sito al margen de la ciudad, arriba de una ladera o colina, inmerso en un precioso mar verde de árboles y vegetación exuberante. Desde allí se puede ver todo el casco moderno... pero, la verdad, prefiero esta maravilla: edificaciones en gruesa y tosca madera, con aspecto de estar sacadas de postales medievales del "lejano" oriente... templetes con los típicos tejados curvados, de interior oscuro y en el que siempre hay que descalzarse, por supuesto. Se nos cruzan, de vez en cuando, mujeres ataviadas con el tradicional "jukata", y más ortodoxas aún, con kimonos tipo geisha, vistosas también por el maquillaje, el calzado, las maneras...

Pero, sin duda, el amante de la naturaleza queda prendado con Nara.

Tras una hora más de camino por carretera, llegamos a una pequeña población, que según nos cuentan era la capital de Japón antes incluso que Kyoto. Buscando sitio para aparcar ya nos damos cuenta de que este lugar es especial; especialmente conservado, especialmente cuidado, especialmente hermoso. Dejamos el coche, y a poco que caminamos nos vemos totalmente rodeados de verde y de bosque, si bien hay una zona más urbana, las casas allí no dejan de tener el aspecto de las de hace 5 siglos: muros blancos a veces las rodean, madera como material principal de construcción, puertas sencillas correderas, tejados curvos grisáceos... La sensación de sentirse rodeado de bosque: cierro los ojos, y no oigo un sólo ruido, sólo el sonido de nuestras pisadas sobre las hojas, el de multitud de diminutos seres que habitan el lugar, y una leve brisa que me alivia el calor que siento. No obstante el verdadero festival se reserva para la vista. Abrimos los ojos, e imaginaros rodeados de ciervos, de todas las edades y tamaños, a metros -centímetros incluso- escasos de ti. Qué maravilla el sentirse rodeado de tanta naturaleza, de tanta vida.

Visitamos, aunque embriagados por el espectáculo natural en el que estamos inmersos, la que dicen es la construcción en madera más grande del mundo. El gigantesto templo budista de Nara lo puede todo excepto dejarte indiferente. Incluso en la lejanía, hace que se nos abran los ojos, y según te acercas vayan sorprendiéndote más y más sus dimensiones.

De vuelta a Tokio hemos cruzado la ciudad de Yokohama, y hemos cenado en su barrio chino. Cuando atravesamos con el coche, sobre el interminable viaducto de la autopista, creemos estar dentro de la película "Blade runner": edificios altos últimos pisos se pierden en unas nubes blancas por el reflejo de la luz que emite la ciudad, de neón en todas partes, calles mojadas por la lluvia, e infinidad de luces intermitentes en las azoteas de los edificios. Menudas infra-estructuras y comunicaciones tiene esta ciudad, más sorprendentes incluso que las de la capital. Parece que se ha hecho de esta ciudad el puerto industrial de Tokio, y las dimensiones de todo son descomunales.



Y volvemos a la capital nipona... y no nos parece ya tan bella, ni tan interesante. Es curioso como las cosas se relativizan ellas solas... Tras haber visto tantas cosas soñadas en esta pequeña escapada al verdadero Japón, Shinjuku ahora parece más pequeño, más familiar...


Víctor Gutiérrez
victor@aikidovalencia.es


Introducción



Un mar de nubes


Tokio ni iru


La meca del AIKIDO (1)


La meca del AIKIDO (2)


La práctica


La práctica como misogi


El Japón más bello


Los aikidokas de Tokio


Álbum fotográfico



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