Éste ha sido, sin duda, el viaje a Tokio más complicado de realizar de los 5 que he hecho, y, por distintas circunstancias personales, me he preguntado en más de una ocasión si merecía la pena esta vez, dado el coste económico, familiar, y las escasas 2 semanas de estancia allí. La respuesta que encontraba mientras estuve allí las 2 últimas semanas de agosto, y también ahora con perspectiva, para mí es «sí, ir a Tokio siempre merece la pena».

Esta vez viajé desde Valencia solo, pero en Shinjuku –la subciudad tokiota– uní mis pasos con Sylvain, alumno y compañero del dojo Sintagma. El hecho de compartir con él esos días resultó un contrapunto interesante para mí, ya que mientras él vivía todas aquellas primeras sensaciones intensas de mis primeros viajes, yo sentía Tokio de una manera mucho más prosaica ya, no carente ésta de cierta tristeza. Sylvain me ayudó, con la energía única de una primera vez, a volver a fascinarme con las sensaciones, sorpresas y contrastes de Tokio.

Por cierto, os recuerdo que en las populares «crónicas niponas» –las cuales son muy probablemente la lectura más consultada en España por aikidokas que viajan a Tokio para practicar Aikido– podéis encontrar, no sólo referencias útiles para este viaje, sino también, entre líneas, ese romanticismo del primerizo; que, aunque a mí personalmente ya me parece algo desfasado, no eliminaré porque creo que forma parte de la esencia misma de ese primer viaje de descubrimiento.

Entrando en materia práctica, os comento que esta vez mi objetivo no era hacer todas las clases de Aikido en Hombu dojo que mi cuerpo pudiera aguantar. Esta vez traté de practicar, y así lo hice, en el keiko más interesante del día –a veces dos– en Hombu, con compañeros y maestros que me resultan realmente interesantes; y por otra parte, asistir a todas las clases que Yasuno sensei impartía en diversos dojos. En mis 2 últimos viajes he intentado centrarme en estas dos cosas.

Hombu Dojo sigue siendo especial, visites las veces que visites Tokio. Por la talla de los maestros que imparten clases, algunos historia viva del Aikido; por los aikidokas japoneses de todas las edades que entrenan con estoicismo como si no fuera altamente dura la práctica; y por los aikidokas de montones de nacionalidades que están viviendo al máximo el sueño de practicar con los mejores y, quizás, siendo parte de ellos. Realmente, desde mi primer viaje en el año 2002, debo seguir diciendo que el Aikikai Hombu Dojo de Tokio es la Meca del Aikido.

En cuanto a Yasuno sensei, mi elección técnica personal, sólo puedo escribir palabras de agradecimiento y admiración hacia él y sus alumnos. Dejando a un lado las montones de palabras que podría escribir sobre su talento y el modo en que hace, practica y vive el Aikido, debo subrayar por encima de ello su amabilidad, generosidad y gran humanidad. Pese a la seriedad de la práctica y el respeto que se le tiene al maestro, Yasuno sensei siempre es un torrente de energía positiva que llena los lugares donde ejerce su magisterio. No he encontrado nada igual.

Gracias a Kesha por prestarnos su casa, mi querido antiguo alumno que ahora está con y forma parte de los mejores, y que debe saber que todos le tienen altísima estima y consideración. Muchísimas gracias a Laurent, que siempre es el perfecto anfitrión y senpai –aunque a él no le guste que le llame así–. Gracias a Iván por estar ahí, ayudarnos con algún que otro lío, por sus conversaciones y proyectos ilusionantes. Muchísimas gracias a Héctor Flores sensei, porque sin él y sin su generosidad y ayuda mis viajes serían la mitad de interesantes y enriquecedores. Y, finalmente, pero no menos importante, gracias a mi mujer que me comprende y me permite marchar a la otra parte del mundo aún cuando no es el mejor momento.

Y hay mucho más: anécdotas confesables e inconfesables, visitas turísticas a los lugares más curiosos de Tokio, interesantes detalles cotidianos… pero lo importante ha sido destacado ya. Mi compañero de viaje, Sylvain, mi contrapunto entrañable, también tiene mucho más para vosotros. Yo me despido ya con un abrazo, esperando que todo lo vivido me vaya cambiando.

Cuando empecé la practica del aikido en octubre de 2008, ni se me habia pasado por la cabeza que un día mi compromiso con este arte marcial me llevaría a Japón. Allí estuve casi dos semanas, junto con mi sensei y amigo Víctor Gutiérrez Navarro. Desde Europa, Tokio me parecía inasequible. Inasequible en términos de distancia, logística, pero sobre todo inasequible debido a mi escasa experiencia como aikidoka. «No tengo el nivel para esta gente» , «No voy a entender nada», «… y si nadie quiere practicar conmigo». Esto era más o menos lo que estaba dando vueltas en mi cabeza. Aún así, las ganas de ir, de enfrentarme a este mundo completamente desconocido y el apoyo de Víctor, Sergio y Jorge (que ya habían ido), me empujaron lo suficientemente fuerte para que me fuera.

Dos meses antes, me convertí en un buscador vivo de billetes I/V baratos, dando un repaso diario a las ofertas de vuelo para Tokio. Vi de todo: del más barato alrededor de 700€ a unos billetes que no bajaban de 1100€. Cuando Víctor y yo conseguimos sincronizarnos sobre las fechas del viaje, la compra se hizo en nada. El vuelo era lo único de lo cual me tenía que preocupar porque otra persona se encargo de echarme un cable enorme con respecto al alojamiento: pudimos quedar en el piso de Kesha (alumno de Víctor que se fue de Sintagma para irse a Tokio a practicar hace unos años) durante todo la estancia. Quiero agradecerle publicamente el gestazo. Nos vino de perla. Espero poder devolverle el favor un día cuando lo necesite.

Después de un viaje cansino y de una tarde completa estando solo en la area de Shinjuku-Alta , esperando a Víctor que salia de Madrid, empezamos con las clases. Sabia que lo iba a pasar mal al principio por el clima. Asi fue, y peor aún. Me registré en el Hombu dojo, ese sitio del cual me han hablando tanto, y adelante. La primera clase fue la del miercoles por la tarde de Endo Sensei. Practiqué con un aikidoka Frances muy majo, Laurent, establecido en Japón desde hace casi 7 años. A partir de este día, la máquina se puso en marcha: práctica, descanso, colada con los dogis, comer. Pude asistir a muchas clases en Hombu: Endo Sensei, Miyamoto Sensei, Osawa Sensei, Seki Sensei, Irie Sensei, Doshu. Para ser totalmente honesto, podría haber aumentado considerablemente mi presencia en Hombu pero gracias a Víctor y Hector Flores Sensei, otra oportunidad se presentó a mí: tuve el visto bueno de Yasuno Sensei para asistir a sus clases que daba en diferentes dojos de Tokio: Ogikubo, Ojizumi, Shibuya y cómo no, Hombu.

Las clases de Yasuno Sensei eran más largas que las de Hombu (1:30 contra una hora en Hombu), pero el resultado final era completamente diferente: el cansancio era mayor pero de otro tipo. No se trataba de un cansancio debido al uso de la fuerza física sino un cansancio inducido por la práctica contínua, sin prisas pero sin pausa, de las técnicas enseñadas por sensei. Yasuno Sensei fue muy amable, muy generoso (pude practicar con él una media de tres veces por clase) y su aikido… genial. Si en Hombu estaba en fase de descubrimiento del aikido propuesto por los senseis, en las clases de Yasuno Sensei, reconocí enseguida el aikido que se enseña en Sintagma. Cada vez salí rendido del tatami, pero con un sonrisa de oreja a oreja que no me borraba ni Dios.

La practica en Tokio me dio la oportunidad de relacionarme con la gente que se quedó allá: Hector Flores, Ivan Rigual, Laurent Huyghe, Patricia, Ludovic, Olivier, Guille, Ennio … La práctica con ellos fue muy instructiva. No he de obviar la práctica con los japoneses. Algunos van muy suave, otros mas duros pero de todo se aprende.

A parte del aikido nos quedó un poco de tiempo para que Víctor me enseñara las zonas de Shibuya y su cruce legendario, Harajuku y sus freakies, Shinjuku y sus tiendas y kaiten sushis.

Estoy en London – Heathrow, a punto de de coger el último vuelo para casa, que también es el punto de cierre de este primer viaje en Tokio. Estoy triste de haberme ido pero contento por haber despejado las dudas, los miedos iniciales infundados y por haber podido dar en clase todo lo que tenia dentro. Vuelvo a casa enrequecido de una experiencia única. Quiero volver en cuanto pueda.

Muchas gracias a todos mis compis de Sintagma que no fallaron en animarme a ir. Muchas gracias a los de allí: Kesha, Laurent, Ivan, Héctor Flores. Y cómo no, muchas gracias a Víctor, cuyo apoyo permamente fue el pilar central sobre el cual reposa este primer capítulo de viajes a Tokio. Ese primer capítulo llama otros a ser escritos, y a poder ser, me gustaría escribir algunos con vosotros, alumnos de Sintagma.

Sylvain – alumno de la escuela Sintagma de Valencia.